Carla Manzano.- Las muy ricas horas del Duque de Berry es, como su propio nombre indica, un libro de horas, es decir, un códice para uso personal de su propietario en el que figuran textos e ilustraciones que, a modo de calendario, le ha de proporcionar una guía espiritual para los quehaceres cotidianos. Este manuscrito, uno de los más renombrados de todos los tiempos, fue encargado por el duque Juan I de Berry y se encuentra custodiado en la actualidad en el Museo Condé en Chantilly, Francia, con la signatura Ms 65. Se trata de uno de los códices más celebrados de toda la Edad Media, por la profusión y excepcional calidad de sus miniaturas.
Este manuscrito fue encargado hacia 1410 por el duque a los hermanos Paul, Jean y Herman de Limbourg, quedando inacabado por la muerte de ambos tres en 1416 y retomado y completado, en lo que atañe a ciertas miniaturas del calendario, por un pintor anónimo (tal vez Barthélemy d'Eyck) hacia 1440. Su terminación y forma actual se debe a la mano del pintor Jean Colombe quien, por orden del duque de Saboya, le dio culminación en 1486. Sin embargo, y a despecho de la tortuosa historia de su elaboración, el códice muestra una personalidad inconfundible y homogénea, lo que le ha hecho merecedor de múltiples ediciones facsimilares, única forma de acceder a él pues sus propietarios no permiten que abandone su ubicación actual.
De un total de 206 hojas, el manuscrito contiene 66 miniaturas de gran formato y 65 de pequeño formato. Su tamaño es de 29 centímetro de alto por 21 de ancho. El texto, en latín, está dispuesto en dos columnas de 48 mm cada una y 21-22 líneas. En su estado actual, el códice está incompleto: le faltan los maitines y las laudes del ciclo de Pasión. En la elaboración del libro, larga y compleja, intervinieron múltiples manos, algo común en la época, donde todavía no existía el concepto de un artista único y omnipotente. Hay analistas que han sido capaces de establecer la autoría de cada miniatura en función de la forma de representar el cielo o las tonalidades empleadas para reproducir el paisaje. En cualquier caso, aparte de los tres hermanos que iniciaron el trabajo, es posible detectar la impronta de numerosos artistas procedentes a buen seguro de los Países Bajos quienes, utilizando pigmentos muy raros, acusaron la influencia del arte italiano y antiguo. Las escenas por ellos representadas han contribuido a fijar una imagen ideal de la Edad Media tamizada por técnicas plenamente renacentistas, como la inclusión de un marco arquitectónico, la profundidad en la perspectiva o la estilizada representación de la figura humana, muy alejado del estilo plano y abstracto de obras anteriores en el tiempo.
Lo más curioso es que este manuscrito, que hoy en día figura entre los más célebres en su género, permaneció en el olvido durante trescientos años, y no fue hasta el siglo XIX cuando fue expuesto al público conocimiento, ganando una rápida y duradera reputación. En esto, su peripecia se parece a la sufrida por otras magnas obras, caso de la Pasión según San Mateo de Bach, que tuvo que padecer el purgatorio del silencio durante cierto tiempo, antes de ubicarse en la posición preeminente que hoy ocupa.
Es, quizás, el libro que más misterios guarda entre sus páginas. Se trata del único manuscrito de origen medieval que no ha conseguido ser descifrado hasta ahora. Escrito hace unos 600 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el Manuscrito Voynich se ha convertido en el Santo Grial de la criptografía histórica, aunque los detractores de esta obra defienden la teoría de que el libro no es más que una secuencia de símbolos al azar que carecen de sentido alguno. Invención o realidad, lo cierto es que el Manuscrito Voynich fascina hasta a los más escépticos.
Un Evangeliario es un libro que contiene el texto e imágenes alusivas a las fuentes bíblicas de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, este códice que perteneció a Carlos de Angulema tiene el tamaño y parte de la iconografía de los libros de horas. Este asunto es importante, porque la Inquisición prohibió cualquier fragmento de textos bíblicos a cualquiera que no perteneciera al clero. Han sobrevivido muy pocas copias de estos siglos, y esta es una de las escasas muestras de este género.
Pedanio Dioscórides Anazarbeo fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, cuya obra De Materia Medica alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. El texto que recibe su nombre de este autor es un manuscrito que describe unas 600 plantas medicinales, incluyendo la peligrosa mandrágora, unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. A diferencia de otras obras clásicas, este libro tuvo una enorme difusión durante la Edad Media, tanto en griego como en latín o árabe.
El Libro de Horas de la condesa de Bertiandos representa un curioso manuscrito iluminado si lo comparamos con el resto de los libros de horas de su época (siglo XVI). Está considerado, además, como una cima de la iluminación artística religiosa y popular de todos los tiempos. En este códice se representan costumbres y usos que lo convierten en un documento esencial para el conocimiento de tradiciones y hábitos perdidos. Con gran minuciosidad y excelente riqueza cromática se presentan flores, frutos, insectos, peces, animales de caza, animales domésticos, trompetas, barcos, escaleras, instrumentos de labranza y náuticos, musicales y formas híbridas.
En la trastienda de la historia, se cuecen todo tipo de intereses: desde las intrigas palaciegas hasta las más burdas maniobras de márketing turístico. Dada la relevancia que en el Medievo tenía el Camino de Santiago como columna de transmisión de la cristiandad, así como el tumultuoso estado de las lides dinásticas y papales, no es extraño que muchos de los testimonios escritos que se originaron en la época tuviesen una, cuanto menos, curiosa génesis. El Códex Calixtinus, recientemente sustraído de la Catedral de Santiago, oculta una serie de vicisitudes que conviene conocer para contextualizarlo en su época.
Entre los ejemplos más extravagantes de libros antiguos, se encuentra este fantástico códice de forma circular (de ahí su nombre: Codex Rotundus), al parecer, perteneciente al conde Adolfo de Clèves y La Mark, quien habría entrado en contacto en la corte borgoñesa con las últimas tendencias de la época en materia de iluminación de manuscritos y habría impulsado la creación de este minúsculo tomito, de poco más de 9 cm de diámetro y exquisitamente iluminado por un maestro flamenco de identidad desconocida.
Los Códices de Madrid pertenecen tal vez al período más productivo de la vida de Leonardo da Vinci, desde 1491 hasta 1505. Muchos de los ingenios ilustrados en estos manuscritos no serían desarrollados por completo hasta muchos siglos después, caso del giroscopio o el llamado "engranaje sin fin". Ahora bien, estos Códices no se limitan a una colección de diversas máquinas, sino que constituyen un análisis sistemático de los conceptos y elementos de las máquinas. Hubieron de transcurrir doscientos años antes de que los sabios franceses, por ejemplo, desarrollaran un análisis similar para establecer las bases de las teorías modernas de la mecánica.