
Las sustancias que componen el libro están sujeta, como cualquier otra, a las reglas implacables de la naturaleza. Esta materia, de origen orgánico en su gran mayoría, sufre un envejecimiento consecuencia del deterioro debido, por un lado, a factores medioambientales y, por otro, a la propia naturaleza de los materiales, que se degradan química y biológicamente. No podemos detener esta degradación pero sí ralentizarla, ya que la velocidad con la que este envejecimiento se produce depende en gran medida de las condiciones medioambientales de nuestra biblioteca.
Aparte de estos factores ambientales, nuestra propia actuación influye decisivamente en el estado del libro: los roces al sacarlo del estante o extraerlo por el lomo, la simple apertura que obliga a los materiales a sufrir una torsión o el accidente fortuito (una caída, por ejemplo) son elementos a veces mucho más nocivos que los medioambientales.
Aunque invisibles, la humedad y la temperatura son elementos a tener muy en cuenta. Los materiales de los que están hechos los libros tienen la propiedad de intercambiar agua con el aire dependiendo de la humedad relativa del entorno. Si es alto, aparecen hongos; asimismo, debido a este intercambio, el material se dilata o contrae apareciendo grietas y deformaciones en los libros antiguos.
No existe solución perfecta para su control, por varias razones. Una es que los fondos y las colecciones de libros se componen de materiales muy diversos que responden de manera muy distintas a los cambios de ambiente: papel, pergamino, adhesivos, broches metálicos etc. Desde luego, el mejor ambiente es aquel en el que predomine el frío. Una cámara frigorífica sería perfecta pero... ¿qué pasaría al sacarlo de la cámara para consultarlo? En tal caso, un objeto frío -el libro- se introduciría en otro mucho más calido y se produciría un funesto fenómeno llamado condensación. LEER MÁS
LOS CAPRICHOS DE GOYA Y LA MODERNIDAD EN EL GRABADO
De todas sus series de grabados, Goya acuñó en sus Caprichos una forma de expresión que pronto se convirtiría en el símbolo de "lo goyesco", ya que transmitieron una nueva manera de afrontar la realidad, presentándola más próxima y expresiva, con un lenguaje más fresco, del que se harán eco los artistas del siglo XIX, caso del genial Daumier. Es el final del frío y artificioso grabado neoclásico y el principio de la Modernidad en el grabado.
En esta obra singular, se recogen litografías de monumentos representativos de España. Para crear las planchas de piedra, realizadas por los mejores litógrafos de Francia, se utilizaron los dibujos y grabados que el pintor Jenaro Pérez de Villaamil recogió en sus viajes por España entre los años 1830 y 1838, así como de otros autores. Constituye una de las piedras angulares de la historia del grabado en España, y su valor se encuentra tanto en la calidad intrínseca de las láminas que la componen como en su dimensión documental, ya que muchos de los monumentos que en ella aparecen se han visto sustancialmente modificados o, simplemente, no existen.

Si, en nuestros días, los grandes artistas de todos los tiempos siguen cautivándonos es porque, más allá de la temática de sus obras (los dioses olímpicos, los símbolos egipcios o la propia iconografía cristiana), su fuerza visual y la propia maestría de su ejecución trasciende el referente inmediato que guió a sus autores. Esto es así en multitud de casos, pero especialmente en los grabados de Durero, muy influidos por significados teológicos y bíblicos, pero que la sensibilidad actual aún puede disfrutar gracias a factores por completos a la teología.
LA ESPAÑA ROMÁNTICA DE DAVID ROBERTS
