Jean Poyer, iluminador de manuscritos

César Ojeda.- Jean Poyer vivió en Tours, Francia. Se ignora a ciencia cierta la fecha de su nacimiento, pero se sabe que comenzó su trabajo en 1483 hasta su muerte en 1503. Fue un artista polifacético, iluminador, pintor, dibujante y diseñador de festivales que trabajó sucesivamente en la corte de tres reyes de Francia: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII.

Su dominio de la perspectiva, el sutil uso del color y la luz, y la representación convincente de la figura humana muestran una ruptura con el estilo gótico tardío. En su obra las influencias de la pintura renacentista son notables, dado que viajó a Italia y obtuvo experiencia de las obras de artistas como Andrea Mantegna y Giovanni Bellini. En su periodo inicial, desarrollado durante la década de 1480, el artista revela un enfoque monumental típico del Renacimiento.


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Los recibos de pago encontrados nos indican que Poyer pintó para la reina de Luis XI, Carlota de Saboya, 1031 escudos de armas, que se atribuyen a los adornos y complementos utilizados en su funeral. Para Carlos VIII íluminó un libro de texto, un tratado sobre el Credo de los Apóstoles y su retrato. Para la reina Ana de Bretaña y su hijo el delfín, ilustró un libro de oraciones. Para el rey Carlos y la entrada ceremonial de Ana en Tours después de su matrimonio, Poyer diseñó y supervisó elaborados espectáculos teatrales como parte de la diversión real.

El período de madurez de Poyer comenzó en la década de 1490 y duró hasta su muerte en 1503. Estos años fueron los más productivos y la cima de su carrera. Al igual que muchos grandes artistas de la Edad Media y del Renacimiento, Poyer no trabajaba solo, sino que disponía de un taller propio. A juzgar por los pocos manuscritos que produjo, sin embargo, se deduce que el número de sus ayudantes era limitado, y que solamente contrataba a los iluminadores capaces de emular su estilo sutil.

De su obra como iluminador de manuscritos he localizado dos libros en The Morgan Library & Museum que veremos a continuación. Les indico que las imágenes tienen copyright, lo cual queda indicado en el titulo de cada una de ellas, por lo cual sólo se pueden usar para estudio e investigación.

El primero es el Devocionario de Ana de Bretaña. Este libro fue encargado por Ana de Bretaña, la esposa de dos reyes sucesivos de Francia, Carlos VIII y Luis XII, para enseñar a su hijo, el delfín Charles-Orland (1492-1495), el catecismo. Fue pintado en Tours por Jean Poyer. El libro está ricamente ilustrado, y sus treinta y cuatro miniaturas son alguno de los ejemplos más delicados del arte de finales del siglo XV.
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Es, quizás, el libro que más misterios guarda entre sus páginas. Se trata del único manuscrito de origen medieval que no ha conseguido ser descifrado hasta ahora. Escrito hace unos 600 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el Manuscrito Voynich se ha convertido en el Santo Grial de la criptografía histórica, aunque los detractores de esta obra defienden la teoría de que el libro no es más que una secuencia de símbolos al azar que carecen de sentido alguno. Invención o realidad, lo cierto es que el Manuscrito Voynich fascina hasta a los más escépticos.

Un Evangeliario es un libro que contiene el texto e imágenes alusivas a las fuentes bíblicas de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, este códice que perteneció a Carlos de Angulema tiene el tamaño y parte de la iconografía de los libros de horas. Este asunto es importante, porque la Inquisición prohibió cualquier fragmento de textos bíblicos a cualquiera que no perteneciera al clero. Han sobrevivido muy pocas copias de estos siglos, y esta es una de las escasas muestras de este género.


Pedanio Dioscórides Anazarbeo fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia, cuya obra De Materia Medica alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. El texto que recibe su nombre de este autor es un manuscrito que describe unas 600 plantas medicinales, incluyendo la peligrosa mandrágora, unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. A diferencia de otras obras clásicas, este libro tuvo una enorme difusión durante la Edad Media, tanto en griego como en latín o árabe.

El Libro de Horas de la condesa de Bertiandos representa un curioso manuscrito iluminado si lo comparamos con el resto de los libros de horas de su época (siglo XVI). Está considerado, además, como una cima de la iluminación artística religiosa y popular de todos los tiempos. En este códice se representan costumbres y usos que lo convierten en un documento esencial para el conocimiento de tradiciones y hábitos perdidos. Con gran minuciosidad y excelente riqueza cromática se presentan flores, frutos, insectos, peces, animales de caza, animales domésticos, trompetas, barcos, escaleras, instrumentos de labranza y náuticos, musicales y formas híbridas.





En la trastienda de la historia, se cuecen todo tipo de intereses: desde las intrigas palaciegas hasta las más burdas maniobras de márketing turístico. Dada la relevancia que en el Medievo tenía el Camino de Santiago como columna de transmisión de la cristiandad, así como el tumultuoso estado de las lides dinásticas y papales, no es extraño que muchos de los testimonios escritos que se originaron en la época tuviesen una, cuanto menos, curiosa génesis. El Códex Calixtinus, recientemente sustraído de la Catedral de Santiago, oculta una serie de vicisitudes que conviene conocer para contextualizarlo en su época.

Entre los ejemplos más extravagantes de libros antiguos, se encuentra este fantástico códice de forma circular (de ahí su nombre: Codex Rotundus), al parecer, perteneciente al conde Adolfo de Clèves y La Mark, quien habría entrado en contacto en la corte borgoñesa con las últimas tendencias de la época en materia de iluminación de manuscritos y habría impulsado la creación de este minúsculo tomito, de poco más de 9 cm de diámetro y exquisitamente iluminado por un maestro flamenco de identidad desconocida.

Los Códices de Madrid pertenecen tal vez al período más productivo de la vida de Leonardo da Vinci, desde 1491 hasta 1505. Muchos de los ingenios ilustrados en estos manuscritos no serían desarrollados por completo hasta muchos siglos después, caso del giroscopio o el llamado "engranaje sin fin". Ahora bien, estos Códices no se limitan a una colección de diversas máquinas, sino que constituyen un análisis sistemático de los conceptos y elementos de las máquinas. Hubieron de transcurrir doscientos años antes de que los sabios franceses, por ejemplo, desarrollaran un análisis similar para establecer las bases de las teorías modernas de la mecánica.